domingo, 24 de junio de 2018

Mis Pantalones

Yo había comprado unos pantalones encantado por su diseño. El día que me los probé, sentí que eran controlados por otra persona y me obligaban a caminar en sentido contrario a mis deseos y me jugaban malas pasadas. El día de mi cumpleaños estaba saltando la soga en frente de todos en el colegio y el pantalón se me cayó, dejándome avergonzado en calzoncillos y yo no me explicaba cómo pudo haber sucedido o que habría hecho que se desajustase la correa y los botones. Otro día, cuando estaba a punto de declararle a la chica que me gustaba lo que sentía por ella, mis pantalones se cayeron otra vez y juré que nunca más los volvería a usar por lo que fueron a parar al fondo de mi ropero. No volví a ocuparme de ellos hasta pasados dos años cuando a falta de pantalones limpios me vi obligado a ponérmelos para un quinceañero, a pesar que me quedaban apretados, como traje de torero. Esa noche, mientras bailaba el Danubio Azul con la dueña del santo y mil ojos se fijaban en mí, los pantalones volvieron a escurrirse hasta mis pies dejando mis piernas lampiñas al descubierto. Cansado de pasar vergüenzas, fui a reclamar a la tienda y me encontré con muchas personas que se quejaban de lo mismo, pero el propietario dijo no saber nada. Por más que he querido deshacerme de ellos, los pantalones siempre regresan caminado hasta mi cuarto y todos los días me obstruyen el paso hacia la puerta, insistiendo en que me los vuelva a poner. Por culpa de ellos no puedo salir de casa, salvo que me vista con short o con falda escocesa.