lunes, 7 de noviembre de 2016

Sopa de Ojos

Estuvimos jugando hasta la hora del lonche y la mamá de Alemauz nos dio de comer sopa de ojos, ojos de todos los colores, marrones-grises-verdes, que te miran fijamente, flotando en la cuchara. 

Invadido por el asco, le dije a la señora que no podía tomar más, que estaba con dolor de barriga, pero ella se empecinó en no dejarnos salir hasta que nos tragáramos el último ojo que, cómo nos había recomendado, había que pasarlos enteros, sin masticarlos. 

Esa noche, en mi cama, sentí que me iba a morir, pero no me pasó nada, salvo que nunca más volveré a dormir bien, ahora que llevo en mi interior una docena de ojos que permanecen bien abiertos.

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